martes, 9 de marzo de 2010

PUERTA REAL 9 - III - 2010


ESTE LIBRO NO ES UN PANFLETO

“Panfleto”, denomina el parlamentario andaluz Pedro Vaquero a su libro “Andalucía en la crisis”. Pero de panfleto, nada. Es un libro versado, clarividente y demoledor. Un libro que es necesario leer.


Pedro Vaquero busca curarse en salud llamando panfleto a su obra. O quiere recalcar que no desea mover sólo a la reflexión, sino también a la acción. Y, desde luego, ¡cómo mueve! El ansia de otra España se centuplica con su lectura.

Escribe bien Pedro Vaquero. Es profundo y ameno. Sus lecturas son variadas y las hila con perfección. Su libro no parece uno de esos refritos convencionales que pergeñan los políticos, sino que exhibe personalidad y tono propios.

Hay un hombre que piensa detrás de este libro. El autor afirma que la izquierda alternativa, a la que pertenece, ha subestimado la inercia del sistema, cayendo en sus mismos fallos, “enchufando a los suyos” y “gestionando con prebendas a los servidores públicos”. Y cuando alguien critica a su formación, entonces uno comienza a creer en él. Cuanto dice Pedro Vaquero tiene el sonido de la verdad. Extraño, acostumbrados como estamos a políticos sectarios.

Pedro Vaquero nombra lo que ve, y si tiene que hablar bien de la derecha, lo hace, como cuando afirma que, aunque el PP va en sentido contrario a IU, “no quita para que coincidamos con algunas de sus propuestas”. O si tiene que censurar a la izquierda que llama “acomplejada”, lo hace, como cuando sostiene que los únicos que no están asfixiados por la crisis son “los que tienen carnet del PSOE, los familiares y amigos, los fieles”.

Pedro Vaquero es lúcido e iconoclasta con el capitalismo. En sus páginas, aparecen retratadas con nitidez su codicia, su voracidad desoladora, su destrucción de los bienes, del trabajo y de los trabajadores.

Creía que entendía algo de la crisis pero ahora me doy cuenta de lo poco que sabía y de lo mucho que me han aportado estas páginas. Uno saca la conclusión de que, sí, son necesarios una nueva economía, un nuevo orden y una nueva política, pero lo que es aún más necesario es una nueva moral. El autor lo sabe y por eso, junto a valores como la sostenibilidad o la cohesión, propugna una “vertebración moral”. Y se echa de menos aquella ética de la izquierda histórica, que no era sólo una lucha de clases, sino también un modo de ser, el hincapié en el trabajo y la honradez.

Hermoso este no panfleto, la voz de un hombre que nos enseña que no todos los políticos son simplones, chauvinistas, falaces, convencionales e incultos. Este libro es un hombre. Y también una esperanza.

Frente a la sumisión y la obediencia, Pedro Vaquero obedece a la verdad. ¡Cómo iba a ser su libro un panfleto! Es un evangelio. Alternativo, claro.

Diario IDEAL, martes, 9 de marzo, 2010

1 comentario:

  1. Te paso mi homenaje a Miguel Delibes:
    Esperó en la recacha de la ermita la llegada del manijero. Cuando apareció, pasó de largo, como si no lo conociese después de tantos años de lluvias y vientos. Otro día más a calentarse al sol de la recacha, por lo menos esta mañana, no se blanqueaba la yerba con la escarcha de la aurora, ni revocaba el terral como estos días atrás.
    Parecía estar acostumbrado a quedarse sin trabajo y no le echaba la culpa ni al destino, sabía muy bien que estaba metido en los sesenta y ya no era lo mismo de cuando mozo. En aquellos años le metía mano a todo y lo mismo lo llamaban para podar viñas, que para escardar el trigo con el almocafre, o varear los olivos, nunca se atrasaba en el tajo y era el último en llegar al revezo. Tampoco tenía que ir a la recacha de la ermita, quedaba de un día para el siguiente y mientras duraba la temporada no le faltaba el pan a sus hijos.
    Ahora era distinto, se había quedado solo con su Dolores, los tres hijos se fueron a buscar la vida en otras tierras, y se arreglaban con poca cosa. Dolores criaba unas gallinas en el corral y aunque los huevos eran para hacer unas pesetas, cuando no había otra cosa de que echar mano se tomaban unas sopas de ajo, era una forma sencilla de esperar a otro día y no le echaban la culpa ni al cura, que fue el primero que le dijo que no volviese para acabar la limpieza de los barbechos detrás de la iglesia.
    Vivían el uno para el otro, como hacía ya cuarenta años, sin un si ni un no. Estaban tan acostumbrados a la soledad de dos, que aunque les dolió la salida de casa de los hijos y tardaron en aceptar la “ley de la vida”, habían encontrado consuelo mutuo y dejaban pasar los días, soñando sólo en las fiestas del pueblo, cuando volvía la hija con el nieto, ese que tenía el mismo antojo que él en la ceja.
    miguelbueno.blogspot.com

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