martes, 10 de febrero de 2015

«EL CATALÁN»

«El dinero no se come» 

José Miguel de la Torre González, "el Catalán", frente al hotel Catalonia Puerta del Sol, en la calle Atocha de Madrid
Foto: Lo Real Invisible 

«El catalán» 

«El dinero no se come –argumenta José Miguel–. Debe volver a la tierra». Y ni corto ni perezoso ha puesto en práctica lo que piensa: cuanto gana en Sabadell lo invierte… en Moraleda de Zafayona, donde ha adquirido unos terrenos frente a Burriancas en los que cultiva olivos y almendros ecológicos. «¡Con el campo baldío que hay en Andalucía! –expresa con ojos codiciosos–. ¡Lo que podría producir!».
            José Miguel de la Torre González, alias «el Catalán» en la zona de Alhama de Granada, no es un potentado de Sabadell, sino un humilde celador en un hospital de atención primaria, pese a lo cual trasvasa cuanto dinero pulula por sus manos de Cataluña a Andalucía. «¿Te imaginas si todos hicieran lo mismo? –me impreca optimista y reivindicativo–. ¡Andalucía sería otra! ¡Es que estamos subdesarrollados por indolencia!».
            No usa mal el plural, porque José Miguel nació en Granada, aunque su familia emigró cuando era niño a Barcelona, donde su padre ejerció varios oficios, entre ellos el de taxista. De Cataluña ha mamado su espíritu emprendedor, su afán de invertir en lo que ama, de cumplir sus sueños; de Andalucía, la pasión por la tierra.
Hay que escucharlo hablar de sus terrenos: es la fuerza misma de la naturaleza. Es un campesino de Graná con alma catalana, un hombre del pueblo con seny, un práctico y sabio Sancho Panza del siglo XXI. Todo en él nos recuerda al fiel compañero de don Quijote, su cuerpo bajo, ancho y pétreo; su rostro rústico, observador, amable y campechano que trasluce la habilidad de no ser pillado in franganti, sino de conducirte sibilinamente a su propio terreno.
            «El Catalán» no sólo invierte en sus tierras hasta el último céntimo de lo que gana en Sabadell, sino que también les entrega su tiempo, ¡todo su tiempo!, como estas vacaciones de febrero, que dedica a recoger la aceituna.
            «El Catalán» tiene sus quejas. «¡Es que esto no es Cataluña! ¡Faltan medios, faltan inversores!». Cerca de sus predios no hay ninguna almazara ecológica. La única existente está lejos y existe el peligro de que la aceituna se estropee. Así que se ve obligado a llevarla a un molino convencional, «el de Torrente», convirtiendo su aceite ecológico en aceite normal y perdiendo de este modo valor. «¿Cómo es posible –arguye– que la Junta de Andalucía promueva el cultivo ecológico y no lo apoye con hechos?». Denuncia el furtivimo de la zona y los pocos medios con que cuenta la Guardia Civil, todo lo cual actúa en detrimento «de los cazadores legítimos». Y se queja amargamente de lo poco que respetan su propiedad cuando está ausente, y me da nombres y apellidos de quienes impunemente la allanan y hasta le hurtan los frutos. «¡El caciquismo sigue existiendo y protege a los intrusos!».
            A mí, «el Catalán» me ha llamado la atención porque, en el congreso político donde me encuentro, en Madrid, rodeado de activistas e intelectuales, su figura no cuadra, descuella rebelde, pugnaz, estentórea. «¡Este hombre tiene personalidad!», pienso. Cuando hablo con él, me encandila su pasión. «¡He venido en tren y me  marcho a Granada esta misma tarde!». Me lo imagino portando camillas en Sabadell con el alma puesta en Moraleda de Zafayona. «El catalán» es un alquimista al revés: transmuta el oro… ¡en materia orgánica! «¡Porque el dinero no se come, Gregorio!».

GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 10 de febrero, 2015

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