martes, 3 de marzo de 2015

EL CARTERO MANGÓN

«El cartero seguirá siendo para mí el heraldo de los Reyes Magos» 

El cartero de toda la vida
Foto: El Comercio Blogs 

El cartero mangón 

Afanó el móvil última generación que venía certificado y lo sustituyó por el suyo troglodítico. El receptor no daba crédito: «¡Éste no es el móvil que ha costado doscientos euros!». No se trataba de una broma ni de que un vecino cleptómano hubiera permutado el paquete… ¡era el cartero! Se había hecho presuntamente con lo que no le pertenecía, le había puesto su tarjeta SIM… ¡y a fardar!
Lástima. ¡Mira que el cartero llegó a estar considerado en España! Podías recelar de los concejales, de los parlamentarios, de los ministros… ¡pero por el cartero habrías puesto la mano en el fuego! Había en torno a las cartas y a sus ángeles custodios un aura de heroicidad, de lealtad, que hacía sagrada la correspondencia. El cartero era el divino Hermes. Jamás me perdió una carta, un telegrama, un aviso, un certificado… En una estancia en Dublín, quise contactar con el poeta irlandés Pearse Hutchinson, pero, como no tenía su dirección, puse simplemente en el sobre: «Pearse Hutchinson. Poet. Dublin». ¡La carta llegó! A los pocos días me llamaba por teléfono y concertábamos una cita.
Nunca he podido creer lo que contaba el escritor norteamericano Henry Miller, cartero en una etapa de su vida: que, harto de distribuir correspondencia, tiraba diariamente montones de cartas a las alcantarillas… No, para mí la figura del cartero era la integridad y rigurosidad, quien nunca faltaba a la cita, quien en Madrid acudía mañana y tarde en mi domicilio, el que en Londres depositaba las cartas en las casamatas con un castrense recorrido en zigzag, el que en Granada sabía de memoria los nombres de la familia…
Llegó el correo electrónico, los sms, los whatsapps,  y uno dejó de recibir cartas, y Correos quiso “modernizarse”, y el cartero de toda la vida se quedó sin tierra bajo los pies, y un día veías a un individuo, al siguiente era otro, y ya no sabían los nombres y trabucaban las cartas y la legendaria figura del Santa Claus postal comenzó a resquebrajarse… hasta dar en este cartero mangón.
Diría que al menos nos queda Internet. ¡Pero ni siquiera! Porque parece que resulta sencillísimo violar nuestros emails, y que lo hacen desde los hackers hasta los servicios de inteligencia, así que ya no se trata sólo del cartero granadino, sino que hay cientos de mangones, miles de ojos impertinentes que descubren nuestros secretos, de programas que cotillean los ordenadores, rateros que se quedan con nuestros datos, se sirven de nuestra información, sacan dinero con nuestras tarjetas, oídos que escuchan las conversaciones, fichan nuestros whatsapps, nos escrutan a través de las redes sociales... Después de todo, el cartero mangón se comportó ingenuamente: hizo de ladrón de poca monta, sisó doscientos euros. ¿Merece la pena?
Quiero creer que en muchos carteros sigue existiendo el viejo espíritu. En lo que a mí respecta, no tengo queja de mi cartera, que trabaja en la zona de Cervantes y sigue siendo el hada que me deja misivas tan valiosas como la reciente de Antonina Rodrigo, donde venía una foto que nos muestra juntos en su investidura de la Academia de Buenas Letras. ¡Una amiga que aún usa sobres, pone sellos y envía fotos en papel! Uno rejuvenece. Por muchos mangones que haya, creo que el cartero seguirá siendo para mí el heraldo de los Reyes Magos.

GREGORIO MORALES VILLENA
Diario IDEAL, martes, 3 de marzo, 2015

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